Voluntarios de la Fundació Oncolliga mejoran la calidad de vida de personas con enfermedades avanzadas a través de un programa de Fundación “la Caixa”
Charla y café.Natalia Cano ríe una de las anécdotas de Karla mientras toman un café el pasado martes, en Barcelona Pau Venteo / Shooting
650.000 personas atendidas en 15 años
“Les tratas de tú a tú, como personas, no como enfermos o ancianos; aportas acompañamiento, escucha, dignidad, autoestima y cierta normalidad en unos momentos en que esas personas saben que su vida tiene fecha de caducidad, hacen repaso de ella y sienten un regusto agridulce porque (en general) nadie quiere que acabe porque tiene pendiente cerrar temas personales”.
Así relata Natalia Cano, funcionaria y gestora de patrimonio en una administración local, su actividad como voluntaria de la Fundació Oncolliga. Como ella, más de una treintena de voluntarios de esta institución proporcionan acompañamiento a personas en el último tramo de su vida en el marco del Programa para la Atención Integral a Persones con Enfermedades Avanzadas de la Fundació “la Caixa”.
El lema es mejorar la calidad de vida y visibilizar a la persona y su biografía, no al enfermo
El programa, que trata de atender las necesidades psicológicas, sociales y espirituales de esas personas y de su familia para que acaben sus días de una manera serena y digna, ha atendido a más de 650.000 personas en toda España desde 2008, 290.181 de ellos enfermos y el resto familiares. En él participan psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros, médicos, agentes pastorales y voluntarios como los de la Fundació Oncolliga.
“El lema es mejorar la calidad de vida de alguien que se está muriendo, y nuestra forma de hacerlo es acompañarlo, estar a su lado, escucharlo, comentar una película, hacer una partida de parchís o dominó, conocer su biografía… En definitiva, visibilizar a la persona, dar sentido a lo que es y no ver solo la enfermedad”, explica Jordi Abad, coordinador de voluntariado de la Fundació Oncolliga.
La voluntaria Natalia Cano conversa con Karla, una mujer que padece cáncer de mama y metástasis ósea el pasado martes, en una cafetería de Barcelona (Pau Venteo/Shooting)
Abad subraya que uno de los requisitos para participar en este tipo de voluntariado es haber experimentado ya el sufrimiento de acompañar la enfermedad y el final de vida de un ser querido. “Eso prepara para acompañar en la incertidumbre, el miedo y el sufrimiento de la persona a la que queremos ayudar, pero también hay que formarse para tener herramientas con las que afrontar ese tipo de situaciones y saber cómo ayudar”, explica.
En este sentido, los voluntarios de la Fundació Oncolliga reciben una formación obligatoria de unas 8-10 horas antes de pasar una entrevista personal para valorar cuáles son sus expectativas y si su perfil encaja para dar acompañamiento en el final de vida; luego, cuando inician su tarea, en un hospital o a domicilio, son tutorizados por voluntarios expertos.
“Hacemos seguimientos personalizados, charlas de grupo para compartir experiencias que enriquecen a otros y también para detectar si el sufrimiento con el que trabajan se vuelve en contra de la persona voluntaria, y en ese caso se facilita apoyo de la psicóloga de la Fundació para que no se desborde”, indica Abad, que precisa que, de las 70 personas que realizan voluntariado asistencial en esta institución, únicamente una treintena hacen el acompañamiento a enfermos terminales.
La línea de tiempo es diferente para quien tiene una enfermedad terminal, y aflora la impotencia
Natalia Cano forma parte de este grupo desde hace apenas un año. “Llegué porque estudio en la UOC, que permite convalidar créditos por voluntariado, y vi en ese programa la oportunidad de hacer algo que me rondaba por la cabeza como pendiente desde que mi padre falleció de cáncer y mi madre de Alzheimer y vi que había otros enfermos prácticamente abandonados en el hospital o la residencia, acabando sus días muy solos por las carencias del sistema político y de los servicios sociales”, cuenta.
Ahora ella contribuye a que eso no le ocurra a Karla, con quien se ve vez por semana en una cafetería de Barcelona cuando su estado de salud lo permite y a quien también realiza acompañamiento por teléfono. Uno de los temas que ocupa sus charlas es la impotencia ante la diferente línea de tiempo que rige para quien tiene una enfermedad avanzada.
“Karla hace cuatro años que solicitó una vivienda social para la que cumple todos los requisitos económicos y de autonomía mental y física, y para los administrativos que han de tramitarlo o conceder una prestación todo se reduce a un poco de espera porque la administración es lenta, pero quien tiene cáncer terminal lo que piensa es que se lo darán cuando se vaya al otro mundo y es ahora cuando ella necesita mejorar su calidad vida”, ejemplifica Cano.
Font: https://www.lavanguardia.com/vida/20231217/9453020/companeros-ultimo-tramo.html